miércoles, 16 de julio de 2014

BLUE IN GREEN

Abandonado y solo, Migliónico se dejó caer en el sofá desvencijado, único mueble que le quedaba en el living de su casa. Afuera, la ciudad hervía el infierno del mes de enero, el tráfico aceleraba el pulso tratando de llevar a los viajantes a su lugar de destino lo más pronto posible, y la ropa del mujererío se ceñía violentamente, sugiriendo senos, nalgas,  caderas y hormonas a punto de estallar. 
-      Mal día para estar solo -  rumió Migliónico para sus adentros.
Bebió un trago de ginebra, apartó los ojos de la ventana y los cerró despacio, como queriendo emprender un viaje hacia otro sitio, preferentemente uno sin fotos de feliz pasado reciente, sin astrosos  papeles judiciales anunciando divorcio y separación de bienes, un lugar sin ese agujero en la panza ulcerando hasta el límite mismo de la miserable vergüenza. Estiró el brazo derecho y no encontró la caja de cigarros ni el blíster de Valium 10. Tampoco tuvo la energía ni la voluntad para levantarse a investigar. 
Solo hizo el movimiento mínimo e indispensable para llegar una vez más al vaso que estaba en el suelo. Tomó un sorbo y esperó el efecto del licor bajando por el garguero.  Se sintió leve y amablemente borracho  y se alegró por ello. Alargó las piernas para quitarse el pantalón y llevó su mano izquierda a los genitales, sin más intención que la costumbre.
Estuvo así un buen rato, aletargado en una suerte de duermevela que le trajo una pizca de paz consigo mismo.
En determinado momento recordó la trompeta. Con o sin motivos, aparentemente la desgraciada tuvo un postrer vestigio de piedad y la dejó ahí, tirada al lado de la papelera donde se pudría un ramo de jazmines. Migliónico se levantó y  fue a buscarla a tientas por el apartamento ya anochecido.
Volvió al sofá y se acurrucó con ella, cerrando nuevamente los ojos. Los dedos recorrieron el instrumento morosamente, rozando cada recodo en forma detallada. Sintió como la temperatura del metal iba cambiando bajo el frote de la yema de su pulgar derecho. En tanto, índice, medio y anular palpaban las llaves tratando de repasar los sonidos que guardaba cada una.
-      Si fuera capaz de volver a tocar Blue in green quizás Laura vuelva -  pensó, asumiendo que pese a todo comenzaba a extrañarla y que, tal vez, parte de la culpa de todo lo ocurrido fuera suya. 
Migliónico se enderezó levemente, puso los dedos en posición, apoyó los labios en la boquilla y sopló, haciendo vibrar las primeras notas de la balada del mago Miles. El corazón palpitó, tentando recuperar el aire de algún viejo perfume anclado en el final de cada frase.
La ansiedad o el miedo de pifiar en lo alto de un vibrato le hicieron detenerse en el octavo compás.
Desde la calle llegó el  trueno chirriante de una frenada, seguida de un insulto. Después todo fue prácticamente silencio, salvo el taconeo apurado de una probable muchacha volviendo al barrio.
Migliónico apuró el restito de alcohol que quedaba en el vaso y volvió a tocar el tema desde el comienzo , encomendándose al espíritu de Davis para no fallar. Se sintió más cómodo y pleno, como en sus viejos tiempos, apoyándose imaginariamente en el piano, el contrabajo y la escobilla que le habían quedado grabados en uno de los salones predilectos del alma.
El fuego de la antigua magia pareció volver a medida que fue avanzando en la lánguida melodía. Cuando llegó al calderón del do natural sintió una lágrima bajándole por el pómulo izquierdo.
Migliónico dejó pasar unos segundos, pidió un solo deseo y, lentamente,  abrió los ojos.
Laura no estaba. 



NO ME HAGAS ESTO

Tortuosamente, la cucaracha intenta avanzar sobre la alfombra de la sala. De momento sólo yo puedo verla, dado que busca, por ahora sin éxito, remontar una rugosidad que está justo debajo de la mesita del living. Trato de acercar la suela de mi zapato derecho para impedir que se mueva o al menos mantenerla a raya. Pero tampoco quiero hacer ningún movimiento brusco. Es la primera vez que Martha viene a mi casa. Definitivamente ella me gusta; me gustan su voz, su cuerpo, su sonrisa. He soñado desde hace meses con llevarla a mi cama y, hoy que está aquí, no voy a permitir que ese bicharraco infecto rompa el clima que minuciosa y detalladamente he intentado crear.
-          Sé que no fumás – dice Martha – pero, ¿te molestaría que yo lo hiciera?. Estoy tratando de dejar pero, como verás, por ahora no lo consigo – vuelve a sonreír.
-          Por supuesto, no me molesta en absoluto, dale tranquila. ¿Un poco más de vino?
-          Bueno, pero sólo un poquito – asiente mientras saca de su bolso la caja de cigarros y un encendedor.
La pequeña voluta que surge del incienso que yo prendí unos minutos antes se confunde ahora con el humo del Marlboro apoyado en los labios de Martha. Desde algún lugar del cielo de Texas, Vaughan canta Pride and joy como nunca. En el instante justo en que ella cruza levemente las piernas veo que la maldita cucaracha avanzó unos veinte centímetros, lo suficiente como para que en cualquier momento ella la vea. Si la piso ahora va a ser peor, calculo.  
-          ¿Sabés que estuvo a punto de tocar aquí? – digo mientras cambio de posición en el sillón.
-          ¿Quién?
-          Stevie Ray Vaughan, el tipo que estamos escuchando ahora. ¿Te gusta?
-          Si, está bueno. ¿Y qué pasó con él?
-          Paradojas de la vida. Unos meses antes se había internado en una clínica de desintoxicación porque ya no daba más. La cuestión es que, después del tratamiento, estaba totalmente limpio y en forma. Así las cosas, se había incorporado al grupo que salió de gira con Clapton. Pero unos meses antes que Eric llegara a tocar por primera vez en nuestro país, el helicóptero que llevaba a Stevie de regreso a Chicago se vino al suelo y murió. Había zafado de la heroína y lo vino a matar un estúpido accidente aéreo en un vuelo de corta distancia. ¿No es muy loco?
-          Pah. . . . . tremendo. . . . Son cosas que pasan a veces, no?. Yo creo bastante en eso, en el destino, como qué todo ya está marcado desde el día que nacemos y no hay forma de cambiarlo
“Y sí”, pienso. “Es el destino. No se puede evitar. Estaba escrito que tu blusa roja y tu minifalda, mi camisa violeta y mis nervios, los blues de Stevie Ray, esa botella de malbec que me salió carísima pero que compré en tu honor y la luna llena que asoma en la ventana, todas esas cosas se juntaran aquí y ahora. Y si los astros están a nuestro favor, todo eso caerá inevitablemente a tus pies y nos abrazaremos tibiamente hasta el amanecer”.
Lo que no puede estar escrito es la indeseable presencia de ese puto animalejo jodiéndome la noche.
De pronto, Martha se para.
-          Perdoná, ¿podría pasar al baño?
-          Claro, está allí, al final del pasillo. La luz está del lado de afuera.
-          Ok.
Cuando ella entra al baño y cierra la puerta sé que es mi última oportunidad. Me abalanzo sobre la cucaracha y le planto encima todo el peso de mi mocasín talla 40 mientras le susurro bajito “mirá Gregorio Samsa, Benjamín Franklin o quién diablos seas: esta historia no va contigo, lo siento mucho, no es nada personal”.
Recojo lo que quedó de la cucaracha   con una servilleta de papel y la  tiro por el balcón hacia la calle. Como en sincronía con el vuelo final del pobre bicho escucho la descarga de la cisterna. Trato de calmar la respiración y cruzo los dedos, rogando que el final del borrador diga bien clarito que, derrotando mi histórica timidez , voy a besarla por vez primera, ahora mismo.  
Es entonces cuando veo a Martha llegando nuevamente a la sala. Y detrás suyo, a escasos centímetros del tacón de una de sus sandalias, un trío de cucarachitas avanzando también hacia mí. 

PENÚLTIMA APUESTA : lista de cuentos

Blue in green . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  
Último tren a casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
No me hagas esto . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Carretera perdida . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
De noche en casa . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Cábalas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
61 a la cabeza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  
Cartas cambiadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
La noche de nadie . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Un poeta menor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Zoom in . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Códigos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Humo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
El manuscrito de Rossenblat . . . . . . . . . . . .
Penúltima apuesta . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Vino suelto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Cristales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .







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